sábado, 29 de septiembre de 2007

El Barrio Central

Éste no era un sitio común.
Ya que fundamentalmente estaba rodeado de otros barrios que no tenían mayor importancia.
En este lugar solo habitaban hombres.
Aquellos eran distinguidos, del resto de los demás habitantes de los barrios, y no cualquiera podía tener el lujo de vivir allí.
La primordial característica, y requisito necesario era el egocentrismo. Aquel que no pudiese sentirse el centro del universo, no tenía el permiso para permanecer allí.
Se imaginarán quiénes eran los personajes que circundaban las calles de este lugar tan ilustre.
Seguramente, seres cuya única satisfacción consitía en una eterna búsqueda de la exaltación del yo de cada uno.
Una vez tuve la posibilidad de pasar unos días en un barrio vecino,
y fue tanta la curiosidad que decidí esperar a que algún hombre saliera del barrio para interceptarlo.
Y asi fue como conocí a Ptolemy, a Sofronio y Giles, tres caballeros portadores de una seducción muy singular. Ellos tan solo existían para que el mundo caiga a sus pies a cada paso que daban. Jamás detenían su marcha ni se jactaban de la tristeza o de la necesidad ajena. Su mirada no era capaz de quebrarse, mucho menos hacer el intento de girar su cabeza o andar a gachas. Siempre enteros y constantes, manteniendo su armadura y con una actitud muy decidida.
En mi obnubilación, perdí por completo el sentido de individualidad y pasé a ser una súbdita de mis tres caballeros. Me resultaban tan cautivantes que mis días estaban puestos al servicio de ellos.
Ahí me encontré yo durante mucho tiempo, respondiendo las preguntas más insólitas que alguien pudiera hacerte.
Complacerlos con bellísimas respuestas me daba plenitud, claro está que yo tenía prohibido sentir alegría o pasión por algo propio. Mi existencia, mis deseos, eran los de ellos.
Mi valer, estaba reprimido, o regalado a mis cautivos.

Un día me escapé del barrio y fue tan trágico que estuve varias semanas dudando de mi propia identidad. Tanto tiempo había brillado con una luz ajena, que no sabía ya cuál era la manera de emitir voluntariamente mi propia lumbre.

[Los débiles siempre caen en manos de los egocéntricos, los fuertes pueden ser engañados, pero escapan y pueden recuperarse]

Ptolemy, Sofronio y Giles, están ofendidos,
están sorprendidos, están histéricos.
Yo ya volví a ser fuerte, estoy muerta de risa,
y me compadezco de tanta probreza interior.


[cuaquier semejanza con la realidad, es totalmente aceptable]


lunes 3 de septiembre de 2007

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