jueves, 25 de diciembre de 2008

Contemplación nocturna

Tras un plazo interminable, devino sobre nosotros la noche impaciente.
La cita pactaba un final, del que pudimos librarnos. Quizá ya lo habíamos premeditado, sabíamos que eso era, lo que más deseábamos.

El encuentro trajo la primera coincidencia. Era como un espejo que sólo reflejaba el profundo silencio de las dos almas, incitados por sus pensamientos más intensos, y el desconocimiento propio del transcurso del tiempo.

Inmediatamente y luego de habernos incorporado de aquel desentendimiento, nos dimos la mano sin considerar algún tipo de objeción de parte del otro. Sin lugar a duda, y conforme a lo acontecido, esa unión nos encaminó hacia una dirección habitual. Esa fue la segunda coincidencia.

Ni bien empezó el viaje, aquel estado de tensión, traducido en la firmeza de nuestras manos una sobre otra, se transormó en un excitante estado de calma. La nueva proyección volvía a generar la abstención del habla. Nuestra atención se limitaba a percibir la perfecta sensación del roce de nuestras manos, producido por pausadas caricias.
Solo nos acompañaba el movimiento del aire y la magia de la tercera coincidencia atraída por el arte de nuestras manos.

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